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Hoy 25 de Noviembre, empieza la cuenta atrás para Navidad.
Es triste que sólo nos acordemos de ella una vez al año. Y lo que es peor, poco a poco, vayamos perdiendo su verdadero sentido a causa de la fiebre consumista que nos invade. Este año quizás un poco menos, a causa de esta desoladora crisis que padecemos, pero quizás nos sirva para recuperar su auténtico espíritu.
De pronto parece que tenemos que ser más buenos, más felices, invocamos la paz, el amor, la fraternidad, para después, una vez pasada la euforia, volver todos a nuestra vida cotidiana.
Me encanta que haya sitios, como esta tienda cerca del Mercado de las Flores en Amsterdam, que nos recuerden, cada día, que la Navidad existe.
Os deseo que cada día sea Navidad en vuestros corazones...
Una vez se ha traspasado alguna de las puertas de la medina, da la sensación de haber viajado en el túnel del tiempo. De pronto, aparece una ciudad más propia de los cuentos de Aladino, que del siglo XXI. Un estallido de sensaciones, olores, colores y sonidos invade al visitante atrapándolo en un halo de fascinación.
La medina medieval está formada por más de 9.400 angostas y oscuras callejuelas, que van formando el entramado laberíntico de una ciudad, en la cual es imposible no perderse. Los guías cuentan que si ves a alguien vestido a la usanza árabe, pero con rasgos europeos paseando por sus calles se trata, sin duda, de algún extranjero que en su día se perdió y no pudo volver a salir.
La medina está organizada en diferentes zonas: la residencial, la dedicada a los mercados donde se vende comida, productos de belleza... pero, sin duda, la más espectacular es la zona que se divide en gremios (tejedores, tintoreros, sastres, orfebres, vidrieros, curtidores y un largo etcétera), todos trabajando con métodos milenarios.
La vida en la medina
Botellas con agua de rosas para uso cosmético.